Share it !

martes, 2 de junio de 2015

LA HISTORIA JAMÁS CONTADA DE ÚRSULA, LA BRUJA DEL MAR

Cualquier persona puede relacionar el agua o el mar con las sirenas, pero...¿quién relaciona eso con una bruja? Mi nombre es Úrsula, fui la más grande y aterradora bruja que hubo en el mundo, pero nadie me recordará por mi bondad sino por mi maldad. Conocerán mis pecados pero no mi pasado, mi horrible y triste pasado.

Vivía con mi hermana, Morgana, junto a un precioso arrecife en lo más profundo del mar mediterráneo. Por aquél entonces era una sirena joven y curiosa de 18 años que creía que tenía el océano entero a su disposición, listo para dejar que yo descubriera todos sus secretos ocultos.
-¿Adónde crees que vas?- preguntó Morgana en un tono severo.
Suspiré y me acerqué a ella avergonzada.
-Ibas de nuevo a la cueva que hay en la superficie, ¿verdad? Te dije que hoy era la coronación del rey Tritón, el hijo de Poseidón y Anfítrite, ¿recuerdas?
-Sí, lo recuerdo.- contesté con desdén.
-Úrsula, sé que adoras ir a la superficie, pero hoy es un día importante para Atlántida. Deben asistir todos los residentes y nosotras no somos una excepción, ¿entendido?
Asentí con pesar y me alejé de ella. Morgana era dos años más pequeña que yo, sin embargo, podría considerársela mucho más madura y responsable. Pero… aún así, aún sabiendo que ella tenía razón, aunque sabía que debía ir a la coronación, mi corazón me decía que siguiera el camino que yo más ansiaba. No podía dejar de escucharle, al fin y al cabo, sino fuera por él no viviría.
-¿Úrsula? Es la hora, debemos irnos a...No, otra vez no. ¡Úrsula!


-Tu hermana se pondrá furiosa cuando sepa que te has escapado.
-Lo mismo digo, Fiorella. Tu madre es mucho más aterradora que mi hermana.- contesté entre risas.
-Cierto, pero estoy acostumbrada a que me riña. De todos modos, una coronación no es gran cosa.
Asentí y le cogí de la mano para nadar al mismo ritmo que ella. Fiorella era mi amiga de la infancia, siempre me había acompañado en mis excursiones.
-Ya llegamos, ¿estás segura de que deseas hacer esto? Jamás nos hemos adentrado hasta tan lejos en esta cueva.- preguntó preocupada.
-Mientras estemos juntas todo saldrá bien, vamos.
Agarré su mano con determinación y la arrastré conmigo. La cueva era oscura, gran parte de ella estaba inundada, mientras que la otra parte se mantenía en la superficie. Ambas nadamos en la oscuridad durante unos minutos, hasta que comenzamos a vislumbrar una luz en el fondo. Al llegar, una antorcha iluminaba la pared rocosa, parecía un camino hecho para nosotras.
-Úrsula, esto no me parece buena idea, volvamos.- dijo Fiorella agarrando con fuerza mi mano. Estaba aterrada.
Observé con ansia y curiosidad el camino que seguía delante de nosotras. Había más luces a lo lejos, el viento movía las llamas de las antorchas hacia el interior, sin embargo, volví la vista hacia Fiorella, que temblaba y observaba a su alrededor nerviosa. La agarré por los hombros y sonreí para tranquilizarla.
-Volvamos. Sea lo que sea los que nos aguarde más adelante seguro que no es gran cosa.
En cuanto mostró una apariencia más calmada retomamos el camino de vuelta. Al salir nadando de aquella cueva, una corriente descontrolada nos golpeó en la cara con fuerza. El tiempo estaba cambiando, esa noche habría tormenta. Antes de alejarme hacia la Atlantida de nuevo volví la vista hacia la cueva, la curiosidad me estaba volviendo loca, debía descubrir qué se escondía al final de aquella caverna de alguna forma u otra.


-¡Sabía que no podía confiar en ti, siempre haces lo mismo, no puedo creer ni tus palabras, ni tus acciones!- gritó Morgana furiosa.
-Lo siento hermana, es algo que no puedo evitar.
-¿Acaso debo encerrarte para evitar que actúes de esta forma?
-No eres mi madre, ¿debo recordarte que soy mayor que tú?- contesté irritada.
-Demuéstralo. Entonces yo no tendré que actuar como una madre.
-Basta chicas. Al menos han acudido ambas a la ceremonia a tiempo.- contestó la madre de Fiorella.
La observé incrédula. Parecía contenta. Normalmente, al saber que su hija salía a la superficie, le gritaba hasta que su garganta se resentía y luego la encerraba durante varias horas como castigo. Miré a Fiorella, la cuál me guiñó un ojo en confidencia. Probablemente no le había dado demasiada importancia a causa de la multitud de gente que nos rodeaba.
Todos los habitantes de Atlántida estaban presentes, observaban el gran balcón de palacio con expectación. Esperaban a que saliera el nuevo rey Tritón, con la corona en su cabeza y el gran tridente en sus manos.
Después de un largo tiempo esperando, una sirena, vestida elegantemente con adornos brillantes, apareció en el balcón y la gente estalló en gritos y aplausos.
-¡Bienvenidos habitantes de la hermosa ciudad de Atlántida, hoy es un día de gozo y emoción para todos nosotros, es la coronación de nuestro nuevo rey!- gritó con una voz segura y poderosa.
La multitud volvió a estallar en vítores y aplausos.
-Ésa es la diosa del mar, la mujer de Poseidón, Anfítrite.- susurró Morgana a mi oído.
-¿De verdad? Jamás la había visto de tan cerca.- contesté perpleja.
Era hermosa, su cabello era de un rubio tan claro y brillante como la luz de la luna, su piel era pálida y rosada, y sus ojos de un azul que reflejaba la belleza del mar en todo su esplendor. Su cola era de un color naranja como el atardecer y sus escamas parecían tener destellos rosados que la hacían ver como alguien inalcanzable, alguien de la nobleza, alguien que nació destinada al mar. Yo, sin embargo, miré mi cabello largo y castaño y mi cola violeta con destellos azules como si fueran algo corriente, algo que me hacía ver como a una sirena más en el inmenso mar. ¡Cómo la envidiaba!
-¡Saludad todos al nuevo rey de Atlántida, el rey Tritón!- gritó de nuevo mientras aplaudía.
La gente se le unió, todos parecían eufóricos. El nuevo rey apareció ante nosotros, alzando su enorme tridente, cuando, de repente, el cielo comenzó a oscurecerse.
Las luces de la ciudad se encendieron como espectros pero nadie le dio importancia, nadie se dio cuenta de que era todavía temprano para ello.
Un trueno golpeó el cielo con furia y la multitud calló de golpe. De nuevo, otro trueno. Los relámpagos iluminaban el cielo y la gente parecía alterada y asustada. Las tormentas en Atlántida eran terribles, los truenos retumbaban por las calles y aparecían corrientes de agua que arrastraban a los habitantes lejos, algunos incluso habían aparecido sin vida lejos de la ciudad.
-¡Que no cunda el pánico, celebraremos la coronación en cuanto el tiempo sea propicio, marchaos todos a vuestros hogares y procurad no salir a la superficie bajo ninguna circunstancia!- gritó el nuevo rey con una voz calmada.
Morgana y yo nos despedimos de Fiorella y su madre para volver al arrecife. Una vez allí, ella se acostó temblorosa y preocupada hasta que se quedó dormida y yo di vueltas en mi lecho de algas durante horas. Escuchaba los truenos con parsimonia, pero no podía sentirme preocupada por ellos, mi mente seguía divagando por aquella cueva en el exterior. Era agradable nadar en el agua que inundaba aquél hermoso y misterioso lugar, pero no era en ello en lo que pensaba, sino en lo que debía de ocultar aquél camino de antorchas. La curiosidad golpeaba mi corazón como si tuviera la culpa por haber sido bondadoso con Fiorella en aquél momento. Sonreí al recordar su cara de alivio al dejar aquél lugar y coloqué una mano en mi pecho. ¿Sería capaz de nadar sola hasta aquél lugar y descubrir sus secretos por mí misma? Quizás, si descubría que lo que había más allá no era peligroso, Fiorella volvería a ir allí conmigo para seguir con nuestras aventuras.
Me di la vuelta hacia Morgana, la cuál dormía plácidamente en la cama de al lado, sonreí y aparté un mechón oscuro de su rostro.
-Lo siento, esto es lo que soy.
Me incorporé y nadé a toda prisa, lejos del arrecife y hacia el exterior de nuevo. En mi cabeza resonaba la voz del rey Tritón.“ Procurad no salir a la superficie bajo ninguna circunstancia”. Había desobedecido las órdenes del nuevo rey y, sin embargo, me sentía más viva que nunca.
Una vez fuera del agua todo estaba oscuro. No podía distinguir hacía dónde debía ir para encontrar la cueva y sentí los nervios a flor de piel. Nadé todo recto durante varios minutos hasta que comencé a vislumbrar una luz parpadeante a lo lejos, ¿eran las luces de la cueva?, ¿me encontraba ya en su interior? Cuanto más me acercaba más insegura estaba, hasta que, finalmente descubrí que había cometido un gran error.
Me encontraba ante un navío enorme de grandes velas negras y bandera pirata. Habíamos escuchado sobre ellos en la ciudad, eran unos bárbaros que no solamente atacaban a su propia raza por motivos crueles y horribles, sino que nos daban caza a nosotros también.
Mi corazón comenzó a palpitar con fuerza y el miedo se apoderó de mi cuerpo, no podía moverme y el barco se acercaba a toda velocidad. ¿Sería ese mi final?
-¡Cuidado!
Unos brazos fuertes y firmes me apartaron de la trayectoria del navío y volví a respirar con normalidad, aliviada.
-¡¿Qué hacéis en la superficie?!- gritó la persona que me mantenía sujeta.
Un relámpago iluminó el cielo y pude distinguir su rostro. No me era desconocido igual que el de Anfítrite, sabía muy bien quién era, cualquier habitante del mar podría reconocerle al momento. Su cabello largo y sedoso de color azul oscuro, sus ojos dorados y su cola negra de escamas brillantes como miles de estrellas resplandecientes. Era el dios del mar, Poseidón.
-A-alteza, ¿qué hacéis vos en el exterior?- pregunté avergonzada e incómoda a la vez.
-Soy el dios del mar, estoy a cargo de todas sus criaturas, incluso de las rebeldes.- contestó con una voz severa pero divertida a la vez.
Bajé la vista al agua, avergonzada de nuevo, y su mano alcanzó mi barbilla, elevándola hasta que mis ojos alcanzaron los suyos.
-¿Cuál es vuestro nombre, joven?- preguntó con una mirada curiosa e intrigante.
-Úrsula, señor.
-¿Señor?- preguntó estallando en carcajadas.- No me creáis tan mayor señorita, poseo la inmortalidad, no la vejez.
Antes de poder pronunciar cualquier otra palabra, algo duro y pesado cayó sobre nosotros. Traté de sacármelo de encima con fervor, pero fue en vano, era una red y había quedado atrapada.
-¡Úrsula, tranquila, os ayudaré!- gritó Poseidón moviendo las cuerdas.
En tan sólo un momento se convirtió en agua, y volvió a aparecer al otro lado de la red, como si nada, trató de deshacerse de las cuerdas pero no pudo. Observó con temor aquél navío y la gente que gritaba y tiraba de las cuerdas, luego me observó a mí y pude ver que aquello no acabaría bien.
-¿Confiáis en mí, Úrsula?
Asentí con lágrimas en los ojos y sujetándome a las cuerdas con fuerza.
-Bien, debo convertiros en humana para que no puedan heriros, ¿entendéis? Será algo temporal, hasta que pueda rescataros. Ahora necesito que estéis muy quieta.
Todo pasó rápidamente, los truenos retumbaban contra el mar, las olas se volvían furiosas y salpicaban contra el navío con fuerza. Podía escuchar las voces de los hombres y sentir los tirones de las redes. Cuando comenzaron a elevarme hacia aquél lugar, que veía como mi propia sala de torturas, lo vi. Mi cola… había desaparecido.
Poseidón me observaba desde el agua, pero yo solamente podía observar mis nuevas piernas con estupefacción hasta que perdí el conocimiento.

-Mi capitán, debéis tener cuidado, desconocemos su identidad.
-¿Estáis asustados por una simple mujer perdida a la deriva en el mar? Ni siquiera va armada. ¡Alejaos ahora mismo y volved al trabajo!
-¡Sí, señor!
Oía voces pero temía abrir los ojos. Alguien me sujetaba en brazos, podía sentir la calidez y el tacto de su cuerpo.
-Podéis abrir los ojos, no os haremos daño señorita.- dijo una voz varonil y aterciopelada.
Poco a poco los abrí y acostumbré a la luz del sol. Observé a aquél hombre que me sujetaba en brazos y ambos quedamos perplejos, sin palabras.
-¿Quién...sois vos?- preguntó clavando su mirada en mí como si fuera un ser extraño e inusual.
-Mi nombre es Úrsula.- contesté sin poder dejar de observarle.
Era muy atractivo, sus ojos eran de un tono azul parecido al mío, su cabello era rubio como los rayos de sol y sus labios eran rosados y carnosos. Me recordaba a la diosa Anfítrite, tenía ese aura especial e inalcanzable. Bajé la vista avergonzada por observarle de esa manera y las vi. Mis piernas.
-Lo siento, os bajaré inmediatamente.
Le miré aterrorizada y me agarré a su cuello como si mi vida dependiera de él.
-Por favor, no me bajéis, dudo que sepa usarlas.
-¿Cómo?
Vi la confusión en sus ojos y traté de sonreír con calma.
- Podéis hablarme informalmente, señor…
- Ridevek, soy el capitán Will Ridevek. También me gustaría que me tratases informalmente, señorita Úrsula.- contestó con una hermosa sonrisa.
De repente, mi cuerpo dejó de sentir su fuerza y me bajó con calma al suelo. En cuanto mis pies tocaron la madera del navío un dolor horrible se extendió a través de mi cuerpo y caí al suelo.
-¡Úrsula!, ¿estás bien?
-Sí, lo siento, soy muy torpe.- contesté tratando de ponerme en pie de nuevo. Mis pies dolían pero poco a poco el dolor parecía disminuir. Caminé y mis piernas temblaban sin saber bien qué hacer o hacia dónde moverse. Di un par de pasos y, cuando parecía tomar el control, me di la vuelta hacia el capitán y sonreí.
-¡Puedo caminar! Mira.- caminé hacia él y me mantuve en pie.- Es increíble.
-Sí, tuviste que pasar mucho tiempo a la deriva cómo para no recordar cómo andar.
Ambos reímos ante el comentario y el capitán me tendió su brazo cortésmente. Sentía mi corazón palpitar, quería conocer a aquella persona y descubrir sus secretos, como lo hacía con el océano.


-¡¿Cómo dice?!
-Lo siento. No pude hacer nada por ella, salvo convertirla en humana, de esa forma no saldrá herida. Por ahora.
-¿Por ahora? Dígame dónde está mi hermana, por favor.
-No puedo decíroslo, pero prometo rescatarla antes de que mi hechizo se desvanezca y vuelva a ser una sirena.
-Gracias, su alteza, se lo agradezco. Siento que mi hermana le esté causando tantos problemas.
-En absoluto, marchaos tranquila señorita Morgana, su hermana estará a salvo. Os lo garantizo.- contestó Poseidón con una voz serena.
-Gracias de nuevo, si me disculpa.
La puerta se cerró tras ella y un destello golpeó el suelo delante de Poseidón.
-Zeus, querido hermano, ¿qué os trae por mis dominios?
- Decidme, hermano, ¿cuáles son las razones por las que hacéis esto?
-¿A qué os referís?- preguntó el dios del mar confundido.
- La sirena. Úrsula, ¿cuáles son vuestras intenciones?- preguntó Zeus tomando asiento en el trono contiguo al de su hermano.- Jamás habéis actuado tan desesperadamente por una criatura del mar, vos mismo prohibisteis convertir seres del mar en humanos.
-Mi corazón la reclama, hermano. Su belleza, el fulgor de sus ojos, su determinación y su descaro.
-¿Lleváis tiempo observándola, cierto?- contestó Zeus intrigado.
-Años, más bien. Pero jamás me acerqué a ella por Anfítrite, mi mujer.
-¿Desde cuándo os preocupáis por vuestra mujer? Tomad mi ejemplo, yo simplemente tomo aquello que deseo.- contestó con descaro.
-Y luego todos pagamos la furia de Hera, vuestra esposa. No, gracias. Deseo hacer las cosas a mi manera.- contestó Poseidón con desdén.
-¿Si? Pues si no os dais prisa en tomar una decisión os arrebatarán a la joven.
-¿A qué os referís?- preguntó el dios del mar.
-El capitán del navío parece sentir algo fuerte por la sirena, es cuestión de tiempo que ella se dé cuenta, y dudo que ella se niegue a sus encantos. ¿Qué ocurrirá entre ambos cuando se descubra que ella es en realidad una criatura del mar?- Zeus estalló en carcajadas y se alzó del trono.- Ardo en deseos de ver cómo sucederán los acontecimientos.
Su cuerpo se desvaneció entre truenos y Poseidón se quedó en silencio unos segundos, golpeó con fuerza el trono de oro y nadó rápidamente fuera del palacio, en busca de Úrsula. Mientras tanto, Anfítrite, su mujer, salía de detrás de una columna del gran salón, estupefacta por la conversación que acababa de oír entre los dos hermanos.
-No permitiré que esto siga adelante.- dijo para sí misma apretando los puños con furia.


-Así que no tienes padres.
-Así es.
-Lo siento, no debí haber hablado de ello.- contestó el capitán Ridevek incómodo.
-No pasa nada, me alegra que podamos conocernos más el uno al otro.- dije avergonzada.
Habían pasado varios días desde que me subieron al navío, había logrado conocer facetas del capitán que nadie más había logrado ver, según decían los marineros a bordo.
Constantemente estábamos juntos, hablábamos y reíamos. Me sentía cómoda a su lado, a pesar de estar dejando cosas atrás quería seguir a su lado.
Cierto día, caminando cerca de proa, escuché una voz conocida.
-Úrsula.
En cuanto me di la vuelta quedé perpleja al instante.
-Su alteza...¿Qué está haciendo aquí?
Frente a mí se encontraba Poseidón, unas piernas largas y esbeltas substituían su hermosa cola negra y vestía ropa de marinero.
-He venido a rescataros. Debemos irnos, el hechizo terminará mañana en cuanto se ponga el sol. Si descubren que sois una sirena no puedo garantizar que salgáis con vida.- respondió con una mirada triste y fría.
-Yo…-bajé la vista al suelo y dudé en qué responder.
-¿Estáis enamorada de él?
Alcé la vista sorprendida y me encontré con sus ojos acusadores. ¿Amaba al capitán Ridevek? Ni siquiera podía reconocerlo. Tenía miedo de dar una respuesta ante aquella mirada aterradora, no quería decir lo que pasaba por mi mente por miedo a tener que renunciar a todo lo que me importaba, el mar, mi hogar, mi hermana, Fiorella y su madre…
-¡Úrsula!
Me giré sobresaltada hacia la voz del capitán y cuando volví la vista de nuevo hacia Poseidón, él había desaparecido.

En mi último día como humana dudé como jamás lo había hecho. ¿Qué debía hacer? No tenía opción, debía volver a mi mundo, no pertenecía a la superficie, mi lugar estaba en el mar, pero...¿sería capaz de abandonar al capitán Ridevek sin una sola explicación?
El cielo se tornaba de un naranja rosado que me recordaba a la cola de Anfítrite, la mujer de Poseidón. En el momento en que su imagen cruzó mi mente, un disparatado plan comenzó a tomar forma. Anfítrite, la diosa del mar, poseía los mismos poderes que Poseidón, ¿sería sensato pedirle que me transformara en humana para siempre?, ¿accedería a mi humilde y disparatada petición? Volví a proa y tomé asiento. Por supuesto que no accedería, era algo que había prohibido Poseidón mucho tiempo atrás, además no tenía forma de reunirme con ella antes de que se pusiera el sol.
Observé con tristeza como el sol se tornaba rojizo, como si llamas ardientes destruyeran mis últimas esperanzas.
-Úrsula.
Me levanté lentamente al escuchar mi nombre en un susurro, me apoyé en el borde del navío y me incliné para observar las olas que azotaban la carcasa de madera con fuerza. Allí, en el agua, se encontraba mi hermana Morgana.
-¿Qué estás haciendo aquí Morgana? Si te encuentran estarás en problemas.- dije en voz baja mientras observaba nerviosa a mi alrededor.
-Vengo a ayudarte. Vamos, salta, huyamos de aquí.- contestó haciéndome señas con las manos.
-Lo siento, no puedo irme todavía. Yo...creo que estoy enamorada del capitán. Debo contarle la verdad, no puedo abandonarle sin más.
Sentía mi pulso acelerarse, mi hermana me miraba con ojos llenos de tristeza, como si aquella fuera nuestra despedida. No. Me aferré a la madera con fuerza y volví a llamarla:
-Morgana, - tomé aire y seguí- necesito que hagas algo por mí. Sé que es algo egoísta por mi parte, pero debo aferrarme a la felicidad si todavía me queda una oportunidad. Necesito que vayas a buscar a Anfítrite, sin que nadie más que ella sepa el motivo. Te lo suplico, eres mi última esperanza.
El silencio duró unos segundos hasta que accedió y con tristeza volvió a sumergirse a toda prisa poniendo rumbo a Atlántida. Si Anfítrite accedía, abandonaría todo lo que siempre amé, si Anfítrite se negaba, perdería a la persona que había comenzado a amar con todo mi corazón. Si de cualquier forma iba a perder, prefería que fuera luchando.


-Así que Úrsula se encuentra en esta situación...
-Así es señora, se lo suplico, ayúdela, por favor.
Anfítrite se alzó del trono y bajó la pequeña escalinata hasta encontrarse frente a frente con Morgana, esbozó una sonrisa y acarició su mejilla con dulzura.
-Sois una buena hermana, seguro que ella os quiere muchísimo. Está bien, la ayudaré. ¿Dónde se encuentra?
-Gracias, señora, muchas gracias.- contestó Morgana sollozando y enjuagándose las lágrimas con el dorso de la mano.- Se encuentra a bordo de un navío pirata. Está anclado cerca de las cuevas.
-Bien,- dijo con una malvada sonrisa en el rostro.- ya no me sirves para nada.
-¿Cómo?- preguntó Morgana confusa.
En tan sólo unos segundos, Anfítrite convirtió a Morgana en una cecaelia, mitad mujer...mitad pulpo. Sus carcajadas hicieron eco en el salón del trono. Era lo que tanto había esperado. Ella no era una mujer sumisa ni mucho menos, no se quedaría quieta viendo cómo su marido iba detrás de una simple y joven sirena. Era celosa y rencorosa y no dudaría en vengarse de Úrsula por haberse atrevido a seducir a su marido.
Empezaría por su hermana y terminaría con ella.
-Guardias, vigiládla. La necesitaré más adelante.- ordenó la diosa del mar.- Por ahora me ocuparé de una sirena rebelde.
Y salió de palacio entre risas y carcajadas. Sería capaz de cumplir su venganza y Poseidón volvería a mirarla solamente a ella.


El sol se encontraba cada vez más y más abajo. Pedí a Ridevek reunirme con él, estaba claro que mi última esperanza había fallado, no conseguiría llegar a tiempo y yo volvería a ser una sirena, para siempre. Debía contarle la verdad al capitán y despedirme de él.
-Estoy aquí Úrsula. Siento haber tardado, necesitaba poner orden en cubierta.- dijo Ridevek nada más llegar.
Ambos tomamos asiento en la parte más alejada de proa y él sujetó una de mis manos con ternura.
-¿Qué era aquello tan importante que ibas a contarme?- preguntó con una sonrisa.
-Will…
-¡Vaya! Es la primera vez que me llamas por mi nombre, debe ser algo realmente importante.- dijo tratando de romper la tensión que se había creado entre ambos.
Reí tontamente ante sus palabras y tomé aire. Debía decirlo. A pesar del miedo que sentía por su posible rechazo, debía decir la verdad.
-Espera, espera, espera.
Miré al capitán totalmente confusa, estaba como congelado, ni se movía ni respiraba.
-Parece que te encuentras en una situación algo peligrosa, ¿cierto?
Me di la vuelta y allí estaba ella, flotando en el aire como si de una ilusión se tratara. Anfítrite, mi salvación.
-¡Su alteza!- contesté mientras me levantaba y me inclinaba ante ella.
-No seas tan formal en mi presencia. Morgana me lo ha contado todo y he accedido a ayudarte- dijo con su voz serena y melódica.- con una condición.
-Cualquier cosa. Lo que sea necesario.- contesté emocionada.
-Te convertiré en humana. Para siempre. Es lo que deseas, ¿cierto?
Asentí varias veces con una gran sonrisa y lágrimas en los ojos.
-Pero tengo una sola condición. No volverás al mar. Jamás.
Me quedé sin palabras durante unos instantes, tomé aire y asentí amargamente mientras caían lágrimas por mi rostro. Sabía que perdería algo de alguna forma u otra, me había preparado para ello.
-Bien, quédate muy quieta.- ordenó sonriendo.
-¡Detente!
Poseidón apareció de repente, y el tiempo que se había detenido volvió a la normalidad con su presencia.
-Ni se te ocurra convertirla en humana, ella es una criatura del mar, no puede vivir entre humanos.
-¿Úrsula?- preguntó Will totalmente confuso observando a ambos dioses.
-Sabía que ocurriría algo así.- contestó Anfítrite con una media sonrisa.
Hizo un gesto con la mano izquierda y del agua surgió flotando hasta ella mi hermana, Morgana, pero... su cuerpo era distinto.
-En efecto, la he convertido en una cecaelia. Viendo esto deberías darte cuenta de mi determinación, si me desobedeces tu hermana pagará las consecuencias.
-¡No!- grité mientras me abalanzaba sobre ella con todas mis fuerzas.
Un remolino de agua apareció bajo mis pies y me rodeó completamente llenando mis pulmones y asfixiándome. Era la primera vez que me sentía de ese modo estando en el agua.
-¿Lo sientes? Ese es el poder que tiene en los seres inferiores como tú.
-¡No! ¡Déjala en paz!
Oía los gritos del capitán lejanos y distorsionados, como si fueran de otro mundo. No podía ver nada, ni siquiera hablar, me ardía el cuerpo, no podía respirar y perdía poco a poco el conocimiento. De repente, el agua desapareció por completo y caí al suelo tosiendo, sin fuerzas y tratando de retomar el aliento.
-¡Suéltalo, escoria! Eres un simple humano, ¿acaso no sabes quién es él?
Miré a Ridevek, el cuál sostenía su espada alrededor del cuello de Poseidón.
-Si prometes dejarla en paz le soltaré.- contestó alterado.- No sé quienes sois, pero este es mi barco y ella es la mujer que amo, así que no dejaré que hagáis lo que os venga en gana.
Me sonrojé y noté como mi corazón palpitaba nervioso ante sus palabras, había dicho que me amaba. Una carcajada desagradable interrumpió aquél mágico momento.
-¿Acaso sabes a quién dices amar? Ella no es humana, muchacho. Observa.- contestó Anfítrite señalando el sol que se ocultaba dejando el cielo oscurecerse lentamente.
Una luz brillante surgió de mis piernas y ellas volvieron a su forma original, mi cola violeta con destellos azules. Caí al suelo de madera y dirigí una mirada triste a Will, quien me miraba asombrado y perplejo de arriba a abajo.
-¡Qué divertido!- dijo entre risas la diosa del mar.
Bajé la vista al suelo y traté de evitar las lágrimas que pugnaban por salir.
-No me importa.
Alcé la vista sorprendida y me encontré con su sonrisa dulce y tierna.
-No me importa lo que ella sea, solamente quiero que esté a mi lado. Quiero que sonría para mí y que me dé la mano para no tener que soltarla nunca. Úrsula, no me importa que seas una sirena, ¿a ti te molesta que yo sea un humano?- preguntó en un tono inocente.
Negué con la cabeza mientras lloraba y sonreí. Le amaba, por su forma de ser, por demostrarme y enseñarme cosas que jamás creí llegar a descubrir, por aceptarme y protegerme.
-Will, yo…
Y todo sucedió rápida y dolorosamente. Un tridente atravesó el pecho de Will, su expresión de dolor y desconcierto quedó grabada en mi mente y me dejó completamente helada. Su cuerpo cayó al suelo perdiendo sangre a borbotones y mis lágrimas volvieron a surgir, esta vez descontroladas y desgarradoras.
-¿Os encontráis bien, padre?- contestó el rey Tritón poniendo una mano sobre el hombro del dios Poseidón.- Vine en cuanto me di cuenta de que algo iba mal.- siguió mientras sacudía la sangre de su tridente.
Me arrastré a duras penas hasta su cuerpo y agarré su mano por última vez. Sus ojos me miraron con angustia.
-Lo… siento, no pude... protegerte.
-No hables, por favor. Te pondrás bien, te lo prometo.- dije entre sollozos y lágrimas desgarradoras.
Por última vez esbozó su típica sonrisa tierna y, finalmente, dejó de respirar. Dejé caer mi cabeza sobre su pecho y lloré desconsoladamente durante lo que para mí fueron los peores minutos de mi vida. Al final, ni siquiera pude decirle que le amaba.

-Bien, que así sea. Por mi autoridad como rey de Atlántida, decreto que las señoritas Úrsula y Morgana deberán ser desterradas de la ciudad y jamás podrán volver. - ordenó el rey Tritón con su arma mortal en alto, como si fuera un héroe y no un vil asesino.
-Disculpadme.- interrumpió Poseidón desde su trono.- Si de todas formas deben ser desterradas, sería injusto dejar a Morgana en ese estado.- dijo refiriéndose a sus tentáculos.
Morgana trató de mantener la compostura con los ojos llorosos.
-Si me permite la sugerencia, su majestad, Úrsula fue quién salió a la superficie en primer lugar y se vio envuelta en esta situación en la que terminamos todos involucrados. Morgana es tan sólo una simple cómplice en el asunto, ¿no sería conveniente que ella también fuera convertida en cecaelia?- propuso con una gran sonrisa en el rostro.
Poseidón trató de protestar, sin embargo, el rey volvió a alzar su tridente y mi cola se convirtió en horribles tentáculos violetas que se movían y se arrastraban en el suelo. Observé sin expresión alguna aquél cambio en mi cuerpo y volví la vista a Anfítrite, que mostraba su disgusto al ver que no tenía efecto en mí. Ya no me importaba en absoluto lo que perdiera o ganara puesto que yo ya lo había perdido todo. Solamente me quedaba la venganza, y juré que algún día todos ellos pagarían por sus actos. Algún día.


Pasaron los años, Morgana y yo nos trasladamos a la cueva al ser desterradas. Era el único lugar tranquilo y pacífico en el que podíamos vivir. Tras recuperarme poco a poco del dolor, me dediqué a las pociones y a la brujería, todo en busca de un remedio que pudiera hacer volver a mi hermana Morgana a su forma anterior. Había sido mi culpa que ella hubiera sido transformada en cecaelia y yo decidí que le devolvería de nuevo su cola.

Muchos años pasaron. Me había convertido en la bruja más temida y poderosa del mundo, ya no recordaba ni siquiera cómo era la ciudad de Atlántida, sólo vivía por mi hermana, mis pociones y mi sed de venganza.
Cierto día, me encontraba explorando la cueva que dejé a medias cuando era joven. Después de lo sucedido había perdido el interés por completo, pero, poco a poco, la curiosidad volvía a despertar en mí. Avancé antorcha por antorcha durante aquel largo camino hasta que llegué al final. Allí, sobre una roca enorme, había una sirena joven y hermosa llorando. Su cabello rojo flotaba en el agua y su cola era de un verde jade precioso que brillaba con intensidad.
-¿Quién sois vos y qué hacéis aquí?- pregunté en un tono severo.
Cuando alzó la vista de la roca sus ojos azules se clavaron en los míos, como si de un par de puñales se trataran. Eran del mismo tono azul que los de Will. Traté de ocultar mi dolor y enderecé la postura.
-Lo siento, no sabía que alguien viviera en esta cueva, mi nombre es Ariel.- contestó en un tono triste.
-¿Y qué es lo que os ocurre?- pregunté tomando asiento a su lado en la roca.
Vi su expresión estupefacta en sus ojos y cómo se volvían a llenar de lágrimas.
-Veréis, suelo salir constantemente a la superficie, adoro salir en busca de aventuras y descubrir los secretos que oculta el océano, sin embargo, mi padre no lo acepta.- Abrí los ojos incrédula, aquella joven era como yo cuando tenía su edad.- Hace poco salí y encontré un navío en el que viajaba un príncipe, el navío se hundió y yo rescaté a aquél hombre.- hizo una pausa entrelazando ambas manos avergonzada y siguió.- Yo...me enamoré de aquél hombre.
Me levanté inquieta y estupefacta, le dirigí una mirada insegura y suspiré. Dentro de mí sabía que debía ayudarla. Quizás para estar en deuda con el pasado, o quizás por Will. Sonreí y me coloqué frente a ella tomándola de las manos.
-¿Y estáis triste porque creéis que él no os aceptará como sois y porque es imposible?
Asintió con nuevas lágrimas recorriendo sus mejillas.
-Yo puedo ayudaros. Puedo convertiros en humana.- contesté amablemente.
Sus ojos mostraron una expresión alegre y sombría a la vez.
-¿Haríais eso por mí?- cambió su rostro a uno más melancólico y prosiguió- Estoy muy agradecida, pero mi abuelo lo prohibió hace muchos años. Aunque lo deseara no sería posible.
-¿Qué?- pregunté soltándola lentamente de las manos.- Por casualidad no será vuestro padre el rey Tritón, ¿verdad?
-Así es. - respondió.
Mi corazón frenó de golpe y volvió a latir con intensidad. Era el momento que tanto había deseado, por fin podía cumplir mi venganza. Su mano volvió a coger la mía en ese instante.
-Me siento a gusto hablando con usted, es como si pudiese comprender mi dolor.
Dudé unos instantes, volví a suspirar y agarré sus manos con las mías. Probablemente me arrepentiría, pero debía tratar de darle una oportunidad, una que yo no tuve.
-Puedo convertiros en humana durante tres días, si antes de que se ponga el sol el tercer día no habéis conseguido que el príncipe os declare amor verdadero, os convertiréis en simple espuma de mar. En caso de que lo consigáis, seréis humana y viviréis junto a él por el resto de vuestras vidas.

Dudó durante unos instantes y entonces sus ojos tomaron un brillo que mostraba decisión y determinación. Mi venganza había comenzado. Pequeña sirenita, ojalá tengas más suerte que yo. No pierdas.



¡Gracias por leer! La verdad es que esta historia comenzó como una idea disparatada y terminé obsesionándome con hacer ver a Úrsula, la "malvada" bruja del mar de "la Sirenita", como una persona corriente, con su cruel pasado como motivo de su odio y sed de venganza.  
Todos actuamos tal y como nos dicta el corazón, en ocasiones pensamos antes de actuar y en ocasiones actuamos sin hacerlo. La cuestión es que todos decidimos nuestro camino a partir de cómo actuamos y los caminos que tomamos, por lo tanto, tenemos un pasado, un presente y un futuro. El problema es que, por mucho que pensemos en nuestro futuro, el pasado siempre está ahí y, en ocasiones, nos define tal y como somos. ¿En ocasiones no os resulta difícil que os entiendan las personas de vuestro alrededor? Más o menos quise expresar un poco que la vida no es fácil para nadie, que todos pasamos por situaciones difíciles y que, tras el odio y el dolor, tras cada lágrima y cada sonrisa, se esconde un corazón.

M.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario